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tinduf09_helio-169Aún con el polvo del desierto entre los poros de la piel, aún tras el big bam de sentimientos que deja el contacto con sus gentes, aun con los ojos llenos de la luz y de los colores de África, aún con el olor que se extiende entre las haimas, ese olor que es mezcla de té hirviendo en el hornillo, de cabras que huyen del calor y de perfume intenso de mujer. Aún con la mirada de los niños prendida del corazón, aún con la garganta irritada del polvo del camino, aún con las sensaciones a flor de piel…

 

Este año la expedición de la Red Canaria de Escuelas Solidarias (RCES) partió de Tenerife, éramos 58, 38 alumnos/as y 20 profesores. Tras el embarque dos quedaron en tierra, una alumna que olvidó comprobar la caducidad de su pasaporte y una profesora que debió quedarse con ella e iniciar un retorno triste hasta Gran Canaria.

 

Me gusta observar el rostro del alumnado al iniciar el viaje, ya que sé que es un rostro sin retorno, nadie vuelve igual de los campamentos, se pierde y se gana algo en la mirada, en el semblante. Es como una cirugía, pero no sólo estética, sino más bien ética.

Analizo sus palabras, sus expectativas, cómo se imaginan lo que van a ver… sus dudas… Luego cuando regresan ya no hay preguntas, una mirada entre perdida en el impacto y ganada para la causa, para la esperanza, para la vida….

 

Llegamos a Tinduf sobre las 11:00 del sábado 6 de abril, la luz nos recibió tibia y difuminada entre polvo y la arena, la luz de África es una luz distinta. Pronto estuvimos en marcha en esos camiones que distribuyen a las expediciones entre las wilayas de los campamentos.  Auserd está a cuarenta minutos de baches, de polvo y de desierto. La carretera que conduce a Smara siempre queda a la derecha, como una burla a nuestros riñones.

 

Siempre que llego me desoriento, sé la zona de la haima de Maluma, pero todo es tan igual, no hay carteles, ni colores que distingan las familias, no sé cómo pueden orientarse, a primera vista todas las dairas son iguales el mismo color a barro, a lona verde, la misma chatarra de corrales, las mismas melfas y turbantes que te saludaron el año pasado.

 

Pero en los campamentos siempre llegas, más tarde o más temprano, alcanzas tu destino, la sombra de una haima, el agua para refrescarte, el primer té ya entre las ascuas y un frasco de colonia que aquí no te pondrías nunca, pero que allí huele a elixir.

 

Tres días con las familias se le antojó a todo el mundo insuficiente, pero más tiempo igual termina por  ser insoportable para nuestras contradicciones. Sólo se pueden superar gracias a la alegría, la dignidad y a las riquezas que poseen y te ofrecen a pesar de su pobreza.

 

Una de esas riquezas es la esperanza. No hay conversación en el desierto que no concluya con un “ojalá muy pronto nos veamos y tomemos el té de la amistad en la tierra que nos pertenece”.

 

Los mayores mantienen la esperanza de no morir sin volver a ver y pisar la arena de las playas del Aaiun, los niños hablan con soltura de una tierra que no han vista aún, pero que saben que es la herencia de sus padres, y los jóvenes… Lo de los jóvenes es quizás lo peor. Los jóvenes son los más descreídos, son los que tienen un rictus de desconfianza en la mirada, son los más tristes, los que deambulan entre los campamentos como buscando un destino que se les escapó. No tiene nada que hacer, no hay trabajo ni futuro para ellos, ni dentro ni fuera de los campamentos; y el saberlo, y el estar abocados a lo que venga sin poder hacer nada, les genera incredulidad en el género humano, porque les han robado el futuro.

Y qué decirles, cómo no comprenderles…

 

Brahim Husein volverá a Dahjla, el campamento más pobre, con una pierna menos, la que le robó esa mina anti-personas que a lo mejor se construyo en España. Volverá preguntándose si mereció la pena, si el gesto de inmolarse un miembro ante los miles de asistentes a la manifestación contra el muro de la vergüenza, habrá servido para algo. Los jóvenes de los campamentos dicen que mientras no haya muertos, nadie hará nada.

 

El alumnado y profesorado de la RCES, regresamos el sábado 11 de abril de 2009, de nuestro tercer viaje de cooperación a los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf, de haber desarrollado el I Encuentro Intercultural con el alumnado de la Escuela «12 de octubre», de haber entregado 18.000€ en ayuda económica para las escuelas de los campamentos, pero sobre todo de dejar plantado entre sus haimas un pedazo de nuestro corazón; con razón reza aquel cartel de los campamentos: «Aquí no crecen  árboles, pero florecen personas» . Sin duda, la mejor lección que hemos aprendido.

 

P.D.: Me encantaría que la Sra. Consejera de Educación, pudiera justificar con que argumento deja a proyectos como este sin el apoyo de dicha institución. Después de 15 años de historia, la RCES dejo de tener este curso los dos profesores que estaban liberados para coordinar este proyecto, así como las pequeñas infraestructuras con las que contaba de recursos materiales y económicos.

 

Helio Ayala Díaz

Presidente de la Asociación Canaria de Enseñantes por la Paz y la Solidaridad.

EL PAIS 14/04/09

El viernes pasado, una mina arrancó la pierna de un chico saharaui cuando, con otras 2.500 personas, intentaba hacer una cadena humana frente al muro marroquí que divide en dos el Sáhara. Esta noticia, más o menos llamativa, encontró cierto espacio informativo. Pero el larguísimo suplicio saharaui aparece cada vez menos en los medios. A mi ordenador llegan todas las semanas sobrios y angustiosos e-mails que denuncian lo que está sucediendo en el Sáhara. Son como mensajes lanzados al mar por un puñado de olvidados náufragos, botellas llenas de palabras que las olas abandonan en la orilla de nuestra indiferencia. Leo el último: habla de la situación crítica en la que se encuentran tres presos saharauis, en huelga de hambre desde el 13 de febrero. Son desesperadas peticiones de socorro que preferimos ignorar.

También hemos cerrado los ojos ante la insostenible situación de los campamentos. Llevan 33 años atrapados en un agujero infecto y han hecho el milagro de sobrevivir a pesar de las insoportables condiciones, pero el coste es enorme. Hasta ahora han apostado por la diplomacia, por la modernidad y la moderación, pero la comunidad internacional no está premiando su heroica elección de la vía pacífica. Y no hablo sólo de los Gobiernos: ojalá los saharauis recibieran de las organizaciones izquierdistas siquiera la mitad de la atención que recibe la causa palestina. Sin interlocutores, sin esperanzas, los jóvenes de los campamentos corren el riesgo de radicalizarse, de pasarse al integrismo y al terrorismo. Apoyando a los saharauis potenciaríamos el islam más tolerante, pero lo que estamos haciendo es justo lo contrario: es como decirles que, si no ponen bombas, no se les hace caso. Qué estúpidos, qué locos, qué suicidas somos los occidentales al no recoger las botellas mensajeras de estos náufragos.

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¡¡LIBERTAD PARA LOS PRESOS POLÍTICOS SAHARAUIS!!